Pensando sobre las piedras calientes,
el piano miraba hacia el horizonte
recitando la canción de los entes
junto a la voz inocente.
Apenas amanecía y ya me purgaba la vida
allí de pie, danzante sobre el lago,
Allí con su mirada viva,
allí con su existencia divina.
No llegaba el momento del fin,
nisiquiera había tiempo muerto.
El violoncello elevaba su voz al alba
llamando a todos al puerto.
No se de que raiz nacia aquel instante
pero habia un incendio de cal en las farolas.
Descendia a los ojos el juego de los niños
y el Dragon Negro tocaba en mi memoria.